martes, 26 de febrero de 2013

La Gente de la Alfombra

De Terry Pratchett, traducción de Silvia Mira Alonso, Rocío Morón González y Marina Olivares Maqueda

El viejo Grim Órkez, jefe de los munruns, tenía dos hijos. El mayor, Glurk, sucedió a su padre como jefe tras la muerte del viejo Órkez.
        Según la manera de pensar de los munruns, que era lenta y deliberada, no podría haber habido una elección mejor. Era como una segunda edición de su padre, desde sus amplios hombros a su grueso cuello, el centro de su fuerza. Glurk podía arrojar una lanza más lejos que nadie. Podía luchar contra un gamurrino con las manos desnudas, y llevaba un collar hecho con sus largos dientes amarillos para demostrarlo. Podía levantar un caballo con una sola mano, correr todo el día sin cansarse y arrastrarse sigilosamente tan cerca de un animal mientras pastaba que muchas veces se morían del susto antes de que tuviera tiempo de levantar la lanza. Es verdad que movía los labios cuando pensaba, y se podían ver sus pensamientos chocar unos contra otros como garbanzos en un cocido, pero no era tonto. No lo que se dice tonto. Al final su cerebro llegaba. Simplemente seguía el camino más largo.
        —Es un hombre de pocas palabras, y no sabe lo que significa ninguna de ellas —decía la gente cuando él no podía oírlos.
        Un día casi al anochecer, cruzaba pesadamente los polvorientos claros de vuelta a casa, con una lanza de punta de hueso bajo el brazo. Con el otro brazo sujetaba un largo palo que descansaba sobre su hombro.
        Del centro del palo colgaba un gamurrino con las patas atadas. Al otro extremo del palo estaba Esnibril, el hermano menor de Glurk.
        El viejo Órkez se había casado joven y vivió mucho tiempo, por lo que ambos hermanos estaban separados por un amplio intervalo ocupado por una ristra de hijas, a las que el jefe había casado meticulosamente con munruns honrados y respetables y, sobre todo, adinerados.
        Esnibril era menudo, especialmente si se le comparaba con su hermano. Grimm lo había enviado a la estricta escuela dumii de Tregon Marus para que se hiciera escribiente.
        —Si malamente puede sujetar una lanza —dijo—, quizá le venga mejor una pluma. Que traiga un poco de educación a la familia.
        Cuando Esnibril se escapó por tercera vez, Pislodo fue a ver a Grim.
        Pislodo era el chamán, algo así como un sacerdote «para todo».
        La mayoría de las tribus tenían uno, aunque Pislodo era diferente. Por ejemplo, se lavaba todas las partes que quedaban a la vista al menos una vez al mes. Esto no era muy normal. Otros chamanes solían fomentar la suciedad, con la opinión de que cuanta más mugre, más magia.
        Y no se ponía un montón de plumas y huesos, ni hablaba como los chamanes de las tribus vecinas.
        Otros chamanes se comían las setas con manchas amarillas que podían encontrarse en las profundas espesuras de los pelos y decían cosas como: «¡Hiiiiyahyahheya! ¡Heyaheyayahyah! ¡Hngh! ¡Hngh!» que sin duda alguna, sonaban mágicas.
        Pislodo decía cosas como: «La correcta observación seguida de una meticulosa deducción y una visualización precisa de los objetivos es vital para el éxito de cualquier empresa. ¿Os habéis dado cuenta de que los trumpes salvajes siempre se desplazan dos días antes que las manadas de soraces? Por cierto, no os comáis las setas con manchas amarillas», que no sonaban nada mágicas, pero funcionaban mucho mejor y atraían la buena caza. En privado, algunos munruns pensaban que la buena caza se debía más bien a sus propias habilidades. Pislodo fomentaba este punto de vista.
        –Pensar en positivo –decía–, es también muy importante.


Texto origen: The Carpet People, de Terry Pratchett [Pratchett, Terry: The Carpet People, Londres: Corgi, 1993, 17-20.]

Old Grimm Orkson, chieftain of the Munrungs, had two sons. The eldest, Glurk, succeeded his father as chieftain when old Orkson died.
        To the Munrung way of thinking, which was a slow and deliberate way, there couldn’t have been a better choice. He looked just like a second edition of his father, from his broad shoulders to his great thick neck, the battering centre of his strength. Glurk could throw a spear further than anyone. He could wrestle with a snarg, and wore a necklace of their long yellow teeth to prove it. He could lift a horse with one hand, run all day without tiring and creep up so close to a grazing animal that sometimes they’d die of shock before he had time to raise his spear. Admittedly he moved his lips when he was thinking, and the thoughts could be seen bumping against one another like dumplings in a stew, but he was not stupid. Not what you’d call stupid. His brain got there in the end. It just went the long way round.
        “He’s a man of few words, and he doesn’t know what either of them mean”, people said, but not when he was within hearing.
        One day towards evening he was tramping homeward through the dusty glades, carrying a bone-tipped hunting spear under one arm. The other arm steadied the long pole that rested on his shoulder.
        In the middle of the pole, its legs tied together, dangled a snarg. At the other end of the pole was Snibril, Glurk’s younger brother.
        Old Orkson had married early and lived long, so a wide gap filled by a string of daughters, that the chieftain had carefully married off to upright and respected and above all well-off Munrungs, separated the brothers.
        Snibril was slight, especially compared with his brother. Grimm had sent him off to the strict Dumii school in Tregon Marus to become a clerk. “He can’t hardly hold a spear”, he said, “maybe a pen’d be better. Get some learning in the family”.
        When Snibril had run away for the third time Pismire came to see Grimm.
        Pismire was the shaman, a kind of odd-job priest.
        Most tribes had one, although Pismire was different. For one thing, he washed all the bits that showed at least once every month. This was unusual. Other shamen tended to encourage dirt, taking the view that the grubbier, the more magical.
        And he didn’t wear lots of feathers and bones, and he didn’t talk like the other shamen in neighbouring tribes.
        Other shamen ate the yellow-spotted mushrooms that were found deep in the hair thickets and said things like: “Hiiiiyahyahheya! Heyaheyayahyah! Hngh! Hngh!” which certainly sounded magical.
        Pismire said things like, “Correct observation followed by meticulous deduction and the precise visualization of goals is vital to the success of any enterprise. Have you noticed the way the wild tromps always move around two days ahead of the sorath herds? Incidentally, don’t eat the yellow-spotted mushrooms”.
        Which didn’t sounded magical at all, but worked a lot better and conjured up good hunting. Privately some Munrungs thought good hunting was more due to their own skill. Pismire encouraged this view. “Positive thinking”, he would say, “is also very important”.


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Silvia Mira Alonso, Rocío Morón González y Marina Olivares Maqueda son estudiantes de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad de Granada.
Silvia es filóloga y dedica parte de su vida a enseñar e intentar transmitir la belleza de la lengua de Shakespeare a unos alumnos que no siempre parecen muy entusiastas por dicha lengua. Otra gran parte de su vida la dedica a la traducción, una de sus pasiones, especialmente la literaria.
Rocío compagina su tiempo entre la traducción y proyectos de cómic e ilustración, de los que pueden verse muestras en su DeviantArt y su blog. Dibuja el webcómic La Librería, guionizado por Rafael Verdejo Román, y a veces colabora con la asociación Conbarba.
Marina se está especializando en la traducción jurada pero sin perder nunca de vista la literatura, su pasión. Escritora de poesía arrítmica y de relatos cortos (porque los largos nunca los acaba). Puede consultarse su trabajo en el siguiente enlace: http://literaturebastards.blogspot.com.es/.

lunes, 25 de febrero de 2013

Los 5 mitos más absurdos sobre el alcohol en los que probablemente creas

Por Pauli Poisuo y Adam Wears, traducción de Goren Arauz Griggs, Jorge Reyero González, Rosa María Romero Cañabate y Marina Soto Cárdenas

Teniendo en cuenta que el alcohol es uno de los pilares de la civilización, es bastante sorprendente lo poco que sabemos al respecto. Sin ir más lejos, hace algún tiempo señalamos que todavía existen algunas ideas equivocadas relacionadas con el alcohol, muy extendidas pese a que acarrean unas consecuencias funestas de cojones.

Así que, antes de que vayas tan borracho que no seas capaz de leer, derribemos otros de los mitos más extendidos, como por ejemplo...

n.° 5: La cerveza es la culpable de la barriga cervecera

El mito:

El destino ineludible de todo bebedor de cerveza es la barriga cervecera. La prueba de ello está en nuestro entorno; todos tenemos algún amigo o familiar que luce una barriga de embarazada permanente independientemente de su estado de fertilidad o, ya puestos, de su género. Y, si bebes con asiduidad, tú también tendrás un precioso bombo para cuando rondes los 40.

Cada centímetro ha merecido la pena. Supongo. No me acuerdo.

Lo único que estará en tu mano será decidir si metes tripa cuando se te acerque alguien o si presumirás de ella como cuando el cachondo de tu tío se da en la panza y alardea de que «a medianoche todo se convierte en pene».

La realidad:

La barriga cervecera no existe. O, más bien, esa enorme protuberancia que insistes en llamar «tu abdominal» no tiene nada que ver con la ingesta de cerveza en sí. ¿Quién lo dice? LA CIENCIA.

A lo mejor no deberíamos habernos puesto finos antes del experimento.

Verás, hace tiempo algunos científicos se interesaron por todo este asunto de la barriga cervecera, pero es probable que los tacaños de sus jefes se negaran a aprobar un suministro inagotable de zumo de cebada «en pro de la ciencia». Así pues, reunieron a un grupo de 2.000 checos, una gente que, al parecer, ofrece a sus niños una buena cerveza negra para que dejen el biberón. Y lo que descubrieron fue tan inesperado como increíblemente alucinante: la cerveza parece no estar en absoluto relacionada con la llamada barriga cervecera.

De hecho, este estudio prueba que no existe relación alguna entre la cantidad de cerveza ingerida y el tamaño de la tripa. Vamos, que con que se controle mínimamente el consumo de cerveza, lo más probable es que ni siquiera contribuya excesivamente al aumento de peso.

¿Por qué no pruebas la dieta de la cerveza? Como mucho acabaréis con escorbuto.

A ver, está claro que la cerveza contiene calorías, así que una gran ingesta contribuirá necesariamente a un aumento de peso (sobre todo porque se suele hacer más bien poco ejercicio cuando se está constantemente pedo). Pero con todo y con eso, no es nada que no pudiera provocar una dieta basada estrictamente en, digamos, bocatas de panceta; cualquier exceso de calorías puede conducir a un aumento de peso. Y, en función de la predisposición genética de cada uno, puede que ese peso vaya –o no– a parar directamente a la barriga.

Efectivamente, hay un gen de la barriga cervecera. Existen diferentes maneras de engordar, y la obesidad abdominal es solo una de las muchas e interesantes formas que adoptan las acumulaciones de grasa en el cuerpo humano si dicho cuerpo no se cuida. De modo que, si tienes el gen, con el tiempo acabarás teniendo un barrigón, independientemente de tu consumo de alcohol. A no ser, claro, que sigas una dieta estricta y un régimen de ejercicio durante toda tu vida... pero ¿quién coño hace eso?

Sesenta abdominales más y podré beberme media cerveza sin alcohol.

Y entonces, ¿de dónde viene esa ficticia relación entre la panza y el consumo de cerveza? Un posible culpable es la cirrosis, una enfermedad del hígado que padecen los alcohólicos crónicos y que conlleva una inflamación del abdomen, dándole esa conocida forma de balón de playa. Suponemos que alguien decidió que llamarla «barriga cervecera» en lugar de «fallo orgánico» jodería menos las reuniones familiares.

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Goren Arauz, Jorge Reyero, Rosa Romero y Marina Soto: estudiantes de Traducción de la Universidad de Granada y amantes de la lengua en clave humorística. Porque reírse alarga la vida.